La
STS, 1.ª, 379/58, de 27-V-1958 afirma que la regla está recogida en el párrafo segundo del
artículo 1259 del Código Civil 
(«
El contrato celebrado a nombre de otro por quien no tenga su autorización o representación legal será nulo, a no ser que lo ratifique la persona a cuyo nombre se otorgue antes de ser revocado por la otra parte contratante»). La jurisprudencia asocia a la regla una pluralidad de efectos: por un lado, atribuye iguales consecuencias al mandato y al ratificado
; por otro, equipara esta ratificación del mandato a los casos en los que la actuación del mandante hace creer a los terceros de buena fe en la existencia del mandato, al haberse generado una apariencia del mismo, por lo que el mandante queda obligado también por los actos derivados del cumplimiento del mandato aparente como si lo hubiera ratificado; por último, equipara también a la ratificación los casos en los que el mandante se aprovecha de lo realizado por el mandatario sin la suficiente autorización. Como dice la
STS, 1.ª, de 7-III-2000, rec. 1730/1995, la ratificación sana el mandato, lo hace válido desde el principio y, en consecuencia, convalida todos los actos realizados por el mandatario. El párrafo segundo del
artículo 1727 del Código Civil dispone que en lo que el mandatario se haya excedido, no queda obligado el mandante sino cuando lo ratifica expresa o tácitamente, y en términos aún más precisos se pronuncia el
artículo 1892 del Código Civil, relativo a la
negotiorum gestio: «
La ratificación de la gestión por parte del dueño del negocio produce los efectos del mandato expreso». La
STS, 1.ª, de 18-XII-2006, rec. 5360/1999 incluye en esta última forma de ratificación los supuestos de
contemplatio domini tácita (cuando se deduce por circunstancias concluyentes que el mandatario, aunque actúe en su propio nombre, trata de cosas propias del mandante).
