«
Cuando alguno se distinguía en la guerra por acciones heroicas, se le premiaba antiguamente armándole caballero, para estimularle a nuevas empresas de valor y excitarle imitadores. El agraciado velaba una noche las armas en la iglesia u otro lugar señalado, después de bañarse y lavarse la cabeza; oía misa por la mañana; y luego el rey u otro caballero en su representación le calzaba o mandaba calzar las espuelas doradas, le ceñía una espada, le hacía jurar que moriría en caso necesario por su ley, su rey y su patria, y le daba una pescozada para que se acordase, diciéndole: “Dios y el bienaventurado apóstol Santiago os haga buen caballero”» (
P 2, 13, 14, 21); R 6, 1, 6; Escriche:
Diccionario, I, 345.