alcalde entre cristianos y moros

El oficio empezó a perfilarse con Fernando IV en 1310, a partir del Tratado de Sevilla, mediante el nombramiento de hombres buenos, cuyo fin fundamental era el mantenimiento de la paz en la frontera, mediante la resolución de conflictos. Se fue delimitando su nombramiento conjunto por el reino nazarí y las autoridades cristianas, en este caso, por el adelantado, pero posteriormente fueron de nombramiento real. Sus competencias eran tanto juzgar las causas entre cristianos y musulmanes como el mantenimiento del orden y la pacífica convivencia entre ellos, fundamentalmente porque la vida de frontera no solo se desarrollaba en momentos de conflicto bélico, sino que en los espacios de paz, la convivencia y el tráfico mercantil eran habituales, lo cual no estuvo exento de conflictos, dirimidos ante el alcalde entre moros y judíos que intentaba resolverlos de la forma más adecuada para que no se rompiera la tregua por motivo de algún pillaje, robo, rapto, incursión o cualquier otro delito. Eran ayudados por diferentes oficiales, a veces de las localidades fronterizas en las que ejercían su oficio, como los fieles del rastro, los jueces ejecutores de rentas, etc.